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Este sábado, el último en tierras británicas, ha tocado visita a una de esas ciudades que todos conocemos de oídas: Bristol.
Apenas dimos nuestros primeros pasos, descubrimos una de las razones por las que es tan famosa esta ciudad: el arte urbano. Atravesamos unos pasos subterráneos para peatones llenos de pinturas hechas por diferentes artistas hasta llegar al Castle Par, un parque en el que se encuentra la estructura de una antigua iglesia que fue bombardeada en la II Guerra Mundial. Allí dimos un paseo por los jardines que la rodeaban ya que, según nos contó Amita, todavía se cultivan las plantas que usaban los monjes de la zona hace muchos siglos. Después, nos dirigimos a las ruinas del antiguo castillo de Bristol y a un paso subterráneo que daba al mismo, el cual, según nos comentó Amita también, se inundó hace unos diez siglos y, curiosamente, en él se encontraron los huesos de un mono indio (lo cual permitió a los historiadores averiguar que ya por aquellos siglos se había visitado la India).
Desde el castillo nos dirigimos al paseo del río Avon (uno de los río que atraviesan Bristol) y allí Amita nos contó varias cosas sobre la ciudad e incluso nos enseñó varios huertos urbanos que se encuentran en la zona y que, al parecer, son públicos y quien quiera puede coger verduras y hortalizas. También se cultivan flores comestibles en ellos y algunos de nosotros incluso nos animamos a probarlas.
Tras esto, empezamos a recorrer las calles de la ciudad e hicimos una pequeña parada en el St. Nicholas Market, un mercado pequeño lleno de algunos puestos de comida y pequeñas tiendas. Allí, algunos conocimos a una española que trabajaba en uno de los puestos de comida y nos dio a probar falafeles. Al salir del mercado, Amita nos llevó a un callejón cercano lleno de grafitis ya que lo que en algunos lugares se considera vandalismo, aquí se considera arte e incluso cultura. De hecho, la mayor parte de los grafitis de ese callejón estaban dedicados a Charles Darwin y a la teoría de la evolución.
Continuamos nuestra visita turística pasando por la zona más céntrica de la ciudad y visitando la catedral hasta llegar al puerto, o quay, como lo llaman aquí. Allí vimos unas cuantas casas-barco y Amita nos contó que incluso había restaurantes-barco en los que se podía cenar y pasar una buena velada.
Para finalizar la visita, volvimos por el paseo que bordea el río hasta llegar al punto de partida para disfrutar de un poco de tiempo libre y hacer unas pocas compras antes de coger el autobús de vuelta a Exeter. Un día de lo más completo.
Desde Exeter, seguiremos informando.
