30 de septiembre – Día 7 – Al mal tiempo, buena cara

¡Ni la lluvia nos detuvo! Al contrario, el olor del petricor pareció inspirarnos.

Gracias a nuestra querida Miss Hutton, quien no dudó en facilitarnos el permiso de la escuela para poder disfrutar de un día completo en compañía de todo el grupo, empezamos nuestra aventura en tren, camino a la que es la ciudad más poblada y emblemática de Irlanda: Dublín. Y como nuestras chicas son muy ahorradoras y atléticas, decidimos ir caminando al centro de la ciudad. Al llegar nos encontramos con José Miguel, el hijo de nuestra monitora Marian, quien amablemente se ofreció a ejercer de nuestro particular Cicerone. ¡Todo un lujo contar con alguien que lleva 8 años viviendo en la ciudad que vio nacer a Bono, Samuel Beckett, Arthur Guiness y otras tantas celebridades!

No obstante, no tuvimos suerte con el tiempo, así que decidimos darles tiempo libre a las chicas para que aprovecharan el día lo mejor que pudieran entre paraguas, charcos, tráfico y viento. Y, como no, para que algunas de ellas presentasen su candidatura formal a accionistas mayoritarias, o al menos clientes VIP, de Pennies (el Primark de aquí, vaya).

Otro grupo, con inquietudes menos prosaicas, decidió comenzar la visita por Ha’penny Bridge, el famoso puente peatonal construido en 1816 sobre el río Liffey, en el que hasta 1919, los habitantes de Dublín que quisieran cruzarlo debían pagar un peaje de medio penique. Muchos de ellos, se dice, solo lo hacían por aparentar, aunque nada se les perdiera al otro lado.

Como no, continuamos por el famoso Temple Bar, el mítico barrio de calles adoquinadas pegado al río, con sus famosísimos pubs y las tan características tiendas de artesanía y ropa.

Llegamos así al primer recuento del día y, con ello, ¡a comer! Y, para ser fieles a las tradiciones, tenía que caer un buen plato de fish and chips. Y cayó. Vaya si cayó.

Continuamos bajo la lluvia: Trinity College, O’Connell Street, la catedral de St. Patrick, otra visita a Pennies, Grafton Street, compras compulsivas de paraguas a 5 euros y hambre, mucha hambre. Estoy seguro de que hombre de la pizzería de la estación de tren de Dublín habrá sacrificado un cordero en honor a Taranis, el dios celta del trueno, el cielo y la luz. Para él, como para  nuestras chicas, no fue un mal día. Desde luego que no.

Hasta mañana.

 

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